Este blog nació en su momento con intención de conformar un cúmulo de ideas, quizás un desahogo, quizás una arquitectura.

Dado su condición no se contestan los comentarios aunque si se agradecen, del mismo modo que se agradece a todos aquellos que siguen de una manera u otra las entradas. Si alguien está interesado en pornerse en contacto conmigo más allá de un comentario puede hacerlo a través de la siguiente direccion de correo electrónico: durangarciapedro@gmail.com



Textos para catálogos

"AÍSLADOS" Federico G. Granell.


ESTACIÓN VICTORIA

     Hago tiempo.
     Lentamente las horas se van perdiendo. Acumuladas en los relojes se deshacen entre los dígitos y nada, aparentemente nada ocurre. Tibia cotidianidad medida y estrecha que se repite al igual que ayer, al igual que en tantos otros sitios. Voces metálicas y sus ecos anuncian trenes que vienen de lejos o se marchan demasiado cerca. Hombres y mujeres los toma o se bajan  de ellos con gestos cansados. Adentro y afuera son lo mismo, nada se distingue. Nada es diferente.
     El día se agota. He estado aquí con la falsa sensación de haber estado en cualquier parte. Regreso áspero al hotel.


EN TRÁNSITO

     Un hombre se recorta contra el ventanal, Camina en un sentido y en otro. La luz conforma su silueta y estalla a su alrededor. El tiempo se espacia inexorablemente en sus pasos y parece detenerse. Pasea su mirada vagamente, si prestar atención, y a la vez busca algo, lo que sea, que le distraiga, le saque del frío ensimismamiento que producen la soledad y la espera. No lo logra. Siente por fin mi mirada clavada en él. Molesto acelera el paso y emboca el primer corredor: más allá tampoco hay nada. Se pierde entre tantos otros como él.
     ¿Cuántas veces he sido yo esto? ¿Cuántas veces he huido de nada y de nadie?



NOCTURNO 

     En México me fascina la igualdad de los días y de los hombres.
     En coche, demasiado rápido para poder percibilrlos claramente, veo a los hombres detenidos frente a los escaparates o apoyados en farolas de luz mortecina. Cae la noche con la rebaba del tiempo deshilachado. Todos parecen no hacer nada esperando que el cansancio los arrastre hasta sus casas donde aguardan, supongo que hartas o temerosas, las mujeres.
     Arrastro en todos los viajes mis prejuicios.


FATIGADO Y MEDIO DORMIDO

     La mirada se arrastra sobre las superficies. Los objetos se estancan en bultos acuosos, difuminados; nada se delimita y todo es igual a todo. No sé donde estoy. Apenas comprendo.
     He llegado. No hay otra alternativa


ESTACION DÉLI

     Busco continuamente otro hombres. Sé dónde encontrarlos. Pierdo mi mirada en ellos como la pierdo ante un cuadro y dejo vagar mi cabeza distraída en sus gestos reconocidos. Es temprano, demasiado temprano. En el exterior una pareja se dirige hacia el este. Contrariamente a todos, sus pasos son lentos. No hay prisa. Todo un día, una vida, por delante. en contraluz apenas vislumbro los matices de su piel.
     Todo me parece muy lejano.


TERMINAL

     Esperamos blandamente los anuncios monótonos de los vuelos que habrán de cambiarnos de continentes, de ciudades. Recomponemos con pequeños paseos nuestros cuerpos cansados, estancados en suaves asientos. Rumiamos pensamientos inútiles y planificamos pequeños desplazamientos. Metro, taxi, autobús. Dudamos.
     En otra terminal, idéntica a ésta, no habrá nadie esperándonos y sí la misma gente aguzando el oído para escuchar el anuncio de su vuelo, caminando lentamente de un extremos a otro, imaginando que a él alguien si le esperará en la misma terminal donde yo estoy ahora.
     En todas partes nos repetimos unos a otros.


TIENDA DE REVISTAS

     Desde el expositor una chica medio desnuda, por triplicado, mira de perfil a un hombre  de traje oscuro; junto a la chica, también por triplicado, una pareja se abraza debilmente; un poco más allá un primer plano de un hombre lo mira directamente derrochando fuerza. Todas sus miradas son secas, estáticas, ciegas. El hombre de traje oscuro que los contempla tiene los ojos anegados en lágrimas de puro aburrimientos. Es la quinta vez que mira al expositor.
     Ya no encuentra en él nada que le pueda interesar.


MUCHÍSIMAS HORAS DESPUÉS

     Las horas no se resuelven, se encadenan unas a otras y me arrastran. De nuevo he llegado a esta estrecha realidad de tiempo estancado. Los mismos gestos, las mismas gentes.
     Los mismos lugares.


PARADA DE AUTOBÚS

     Somos trece personas quietas en mitad de la calle. No hablamos unos con otros.
     No nos conocemos. Yo ni siquiera tengo su mismo origen y en nada me parezco a ellos.
     No hablo su idioma.
     Sólo nos une un autobús, un pequeño trayecto que por momentos nos iguala.


CÍRCULO DE BELLAS ARTES

     Me daña la luz que entra por las ventanas. Un hombre sentado frente a ellas, pierde su mirada por las entrañas de la calle en una quietud hermética. ¿Por qué ha venido a refugiarse aquí? ¿Por qué he venido a refugiarme aquí?
     Para una mujer somos transparentes.


DESDE LA TATE MODERN

     Agotados los ojos por el esfuerzo, cansado de centrar una y otra vez la atención, eludo los cuadros y busco donde aliviar la mirada. Una terraza inundada de sol en un día extraño, repleta de gente que, como yo, también ha sentido la axfisia.
     Agoto de nuevo mi mirada en ellos.
     Quizá sea lo que más recuerde luego.


EL COLECCIONISTA

     Miro a un hombre mirar dos cuadros. Pasa ante ellos lentamente. No tiene prisa, sólo interés. Busca apreciar todos los detalles que encierran y captar la densidad de cada pincelada. Procura transformarlos en algo íntimo. Sacia su mirada en ellos e imagina saciarla otras tantas veces. Duda.
     Yo miro al hombre mirar intensamente dos cuadros sabiendo que estoy rompiendo algo ajeno.



EL CRÍTICO

     Miro a otro hombre mirar varios cuadros. En realidad no mira, escruta, interroga.
     Los cuadros estáticos reflejan su imagen ajenos a todo. Aislados cuelgan de la pared la poca vida que
una vez tuvieron.


TURISTAS

     Ahí están. Por todas partes. Llenándolo todo con su presencia continua. Registrándolo todo en cámaras digitales. Repitiendo miles de veces  los mismos encuadre. Ajustando una y otra vez el zoom. Adoptando posturas inverosímiles o ridículas. Atrapando ciudades y monumentos. Encajando panorámicas. Sin verse unos a otros. Sin estorbarse y enturbiando las fotografías desenfocadas.
     Los miro.
     No se dan cuenta de que ellos ya son paisaje.


36 DIBUJOS

     Que nos somos nada.
     Afanosos, diligentes, apresurados, repetitivos en nuestra propia inercia resuelta en erráticos pasos, pasos que nos conducen a las largas o cortas esperas donde el tiempo se diluye, impreciso, marcándonos, creo que hiriéndonos. Y así, vistos desde la distancia, somos tremendamente iguales.
     Tan iguales como una hormiga a otra hormiga.

LUZ
          La idea no es propia, en realidad ninguna lo es, ha permanecido ahí, encerrada, oculta, en la penumbra de nuestra comprensión hasta que alguien, no importa quién ni cómo, decidió sacarla a la luz.
          Sólo la luz crea la visible.
          Y sí, retrasada ocho minutos,  sólo la luz nos rescata  de este mundo ciego e informe, poroso al miedo y angustia, en que nos sumergimos cada noche. No, no es lugar para los hombres. Sin luz, apenas si somos algo más que  leves y ateridos rasguños en el espacio, temerosos de ese algo negro e impreciso que se mueve cercano y  que puede ser un perro y que a la vez puede no serlo  y ser cualquier otra cosa, un objeto perdido y no hallado porque, lo se: sólo la luz encuentra lo que la falta de luz pierde, sólo la luz crea lo que la falta de luz mitiga, lo que ha dejado de existir fundido en una oscuridad inmensa.
          Y sí, no puede ser de otra manera, enciendo una vela, un mínimo punto de luz, leve como un latido, que persigo, dejando atrás mi sombra, entregándosela a las alimañas de la oscuridad, e ilumino mi cara aliviada, como siendo, como existiendo, como si la luz al fin me hubiera creado.
          Y sí, bajo el halo reducido de la vela, descubro porciones de un mundo equívoco y esquivo que aparecen frente a mí  para perecer tras mis pasos perplejos. Evanescencia, fluctuación, inexactitud, casi desdicha, quebranto.
          Comprendo.
          No hay más que luz, tras ella no queda nada, lo esperado o lo supuesto o lo imaginado, nada. Nada visible, nada habitable. Nada. Ese desierto de lo azul y lo marrón fundido en un negro elemental, primario.

          Y sí, con ansia sujeta y con un poco de luz, un sencillo pabilo basta, se  puede soportar este mundo lleno de torpezas, lleno de susurros, clausurado en olvidos.




"LAS HUELLAS BORRADAS" TEO HERNANDO


Sábado, 23 de Agosto.

     He empezado a esperar.
     Sé que Teo está camino de aquí. Puedo imaginar su cuerpo embutido en un coche demasiado pequeño, demasiado granate. Atrás su mujer y el niño agobiado de por el calor, nervioso, llorando, hambriento sin querer comer. Imagino también su mirada vagando sobre la llanura zamorana o señalando en la memoria la figura torcida de alguna encina maltratada por el tiempo. Y de nuevo la cinta de asfalto recalentada por el sol que ni empieza ni acaba en ningún sitio, simplemente conduce, arrastra.
     Me resulta tan fácil imaginar su mirada extendiéndose sobre las casi seiscientos kilómetros que ha de recorrer, detallando, entresacando, aislando, intuyendo, pero, curiosamente, después de años no recuerdo de qué color son sus ojos. No tiene ninguna importancia.


Otra vez Sábado, 23 de agosto

     Aún no ha llegado y si en cambio la noche cargada de  estrellas prometiendo otro áspero día de calor para mañana.
     A mediodía recorrí las tres calles contadas que separan la casa del bar de Sánchez. El local estaba vacío, por toda razón me dijo que nunca se sabe cuando viene la gente o cuando no, si no simplemente llegan. Luego hablamos de esta tierra y de esta gente que ni es del norte, ni del sur, ni del centro, ni siquiera del oeste. Todo lo más remota periferia.
     Afuera se apaga el motor de un coche y una voz, dudosa, me llama. Mi móvil no tiene cobertura, llevan incomprensiblemente casi dos horas dando vueltas por el pueblo. No tienen hambre. Están cansados.


Ya 24 de Agosto.

     El niño ya venía dormido.
     Les he enseñado la casa con todo su pasado acumulado en sedimentos de objetos que antes fueron cotidianos y que ahora, no habiéndolos recogido nadie, continúan siéndolo con su mera presencia anacrónica. He visto sus miradas, no sólo la de él, también la de ella, recorriendo las habitaciones, intentado asimilar ese caos de tres siglos mezclado con mis recuerdos que brotan como... Pero ahora no debo hablar de ellos, quizás mas  tarde o en otros papeles.
     Después en el zaguán, el sentado en el escaño y yo sobre el arca, hemos hablado de trabajo, de fotografías pendientes, de permisos y de objetos simples como un pico y una pala. Como siempre todo está sin atar, no hay nada concreto, decidido. Como siempre todo me parece confuso, desordenado. Sospecho que soy torpe y no alcanzo a imaginar un hilera de globos rompiendo el horizonte o una simple zanja en mitad de cualquier parte.


Viernes, 24 de Agosto.

     Hoy Sánchez me habrá puesto falta.
     A última hora de la tarde, cuando baja el calor y el día empieza a  ser asequible, nos hemos acercado a la Charca del Albercón que con el sol a nuestras espaldas reflejaba azul el vuelo de las golondrinas picando su superficie.
     Siempre me ha resultado difícil encontrar palabras suficientes que resuman todo lo que ésta me evoca. El paisaje para mi carece de interés por sí mismo; su belleza ya no me emociona; su historia, población durante el Bajo Imperio Romano, la desconozco como tantos otros. En realidad es un espacio íntimo, interior y desdichado, cargado de infancia y de recuerdos, intransferible. Respecto a él nadie puede tener un percepción como la mía, por tanto ésta carece de interés, es excluyente. A pesar de ellos hemos paseado por la orilla levantando revuelo de ranas y estudiando posibles encuadres. Al final ha descartado el espacio. No habrá fotografía en la charca. Me ha dado alguna razón que no recuerdo. Es lógico, le he mostrado íntimo, no un paisaje.
     Ahora me alegro de que sea así.
     Después por una calleja de apenas cincuenta metros,, entre encinas, llegamos a la dehesa. Son tan cortas las distancias aquí. el paisaje cambia bruscamente..
     Detrás quedan los olivos, las higueras, los alcornoques y la sierra espejeando, y se abre la llanura ocre de hierba reseca y repastada por las ovejas, de horizonte limitado por pequeños montículos. Cielo y tierra se unen demasiado cerca, casi al alcance de la mano. Se oye el rodar de los coches en la carretera que la atraviesa, no se ven. Es un paisaje genérico, fácilmente descriptible, una llanura desolada y ocre bajo un cielo azul, universalmente comprensible por su propio nombre: dehesa. Un lugar sin encuadres, sin fisuras, sin interrupciones, igualatorio; donde situarse en un punto o en otro no varía la percepción del mismo. Esta vez el paisaje le interesa: me doy cuenta de que todas sus fotografías están realizada en paisajes como éste, un prado, un charco tras la lluvia, un muro. Lugares comunes que  no aportan su singularidad y remiten directamente a su propia esencia. No es esta dehesa, es cualquier dehesa.


Viernes, 24 de agosto,aún más tarde.

     No puedo dormir por culpa del calor. Después de dar varias vueltas en la cama decido levantarme. Enciendo un cigarrillo y con desgana leo la última anotación.
Pienso en tres fotografías que Teo tomó  en el desierto de Atacama durante un viaje realizado años atrás. Si la memoria no me traiciona, que lo hará porque las imagino más que las recuerdo, en la primera se ve un arroyo de cauce lento con las aguas teñidas en rojo con anilina; en la segunda una figura se alza sobre un pequeño cerro y en primer plano una bomba de humo siembra en el aire una nube rosada; en la última tres o cuatro hierbas resecas teñidas también de rojo en contraste con el ocre dominante del resto.
     Cualquiera de estas fotografías, por la luz, la transparencia, los colores, podría haberlas tomado en esta misma dehesa. No habría ninguna diferencia. Nada caracteriza al paisaje ni nos indica su situación. Es Atacama por que así lo indica. El artificio, teñir las hierbas o el arroyo, sembrar una nube de humo, produciría aquí el mimo resultado. Ambos son paisajes genéricos, señalados, marcados, diferenciados por una acción que los singulariza en un momento determinado. Es lo que da cuerpo a las fotografías.
     A la vuelta de aquel viaje ya me había dado la clave. "Todo lo que allí hice también aquí podría haberlo hecho. No era necesario recorrer miles de kilómetros. Soy el mismo en un lugar y en otro". Kavafis resuena en cada una de sus palabras. Ya lo sabía. Ya lo sabíamos. Sin embargo su experiencia solo se aprende con la experiencia propia.
     De todas maneras yo nunca estuve en el desierto de Atacama y todavía mantengo la esperanza y la capacidad de decepción.



Sábado, 25 de Agosto.

     El día se torció desde primera hora de la mañana. La bombona de helio tenía alguna fuga o, por un estúpido error, estaba vacía. Sólo se pudieron hinchar cuatro o cinco globos. No se pudo hacer nada: Anoto  desde la rabia. Ahora parece tan periférico todo.  No hemos encontrado helio. No sé que significará esto. Habrá que volver más adelante o desistir de la fotografía.
     Rodri nos presta el pico y Eladio la pala. A modo de serón utilizaremos un balde de plástico amarillo. Ya esta todo en la casa. También durante el día ha descendido levemente la temperatura y el calor no resulta tan agobiante.


Domingo, 26 de Agosto

     Sobre las diez de la mañana.
     Nunca me había fijado en el suelo de la dehesa. Estos días apacentan en ella las ovejas y el pasto ralea transparentando una tierra marrón sucia salpicada por excrementos resecos de vaca y redondas cagarrutas de ovejas duras como piedras. La aran cada cinco años y como hasta el próximo no corresponde las tierra esta apelmazada y seca.
     Llegamos hacia las ocho de la mañana y marcamos con harina una línea recta que a los cuatro o cinco metros se curva sobre si misma en un círculo  para morir justo antes de cruzarse. tiene unos cuarenta centímetros de ancho y unos diez metros de longitud.
     busco un lugar para sentarme. No hay ninguna sombra alrededor. Elijo una piedra cualquiera. Es un desierto, como Atacama , en diminuto. Teo ya ha empezado a cavar. Quieto, bajo el sol, empiezo  asentir calor. Abandono.  Le dejo las botellas de agua ya tibia y conduzco lentamente por la calleja hasta el pueblo. En la entrada me encuentro con Carmina y su madre. Se ha casado, tiene dos hijos, vive en Madrid y ejerce la abogacía en un pequeño despacho, separaciones, menor cuantía, hurtos correspondientes al turno de oficio, cosas sin importancia. Sí, siempre viene unos días en verano, aunque prácticamente se queda encerrada en casa. supongo que a su marido no le debe gustar esto. me pregunta por las fotografías. tantos años sin venir aquí y todo el pueblo debe saber para qué lo he hecho. Me despido con una ligera sensación de tristeza.

     Sobre las doce del mediodía.
     Le he llevado más agua fresca. La zanja avanza lenta y constantemente. Un poco más allá aun montón de tierra aumenta desvirtuando la llanura y el paisaje y midiendo el trabajo realizado. El sol está alto y calor aprieta aunque menos que los días anteriores. A veces corre un ligera brisa caliente.
     Decide descansar y se encamina hacia la charca, allí hay sombra.
     Aunque se supone que no debo hacerlo cojo el pico y continúo abriendo la zanja. Unos cuantos golpes con el pico, dos o tres palada, y a vaciar la tierra en el montón. En principio no me parece tan duro como me lo imaginaba, al rato me doy cuenta de que es más duro de lo que imaginaba. Alguien se acerca. No le conozco. Por momentos sé queme sentiré ridículo explicando  que cavo una zanja para sacar una fotografía y después volver a cegarla. Sin embargo fríamente es así. Mientras lo hago me vuelve la idea de lo íntimo, de la significación del paisaje a través de un acto propio. Producir una huella, una cicatriz, registrarla en una fotografía y luego eliminarla, borrarla. Actuar en paisaje para apropiarse de él. Soy incapaz de explicar todo esto. Al hombre no le interesan mis razones. Me aconseja que no tenga prisa, que no hay apuro, que tengo todo el día por delante y si no mañana, que estas cosas hay que tomarlas con calma. Sabe de lo que habla.
     Cuando Teo regresa trae en las manos  un cráneo de una culebra que he encontrado por ahí. Le cedo el sitio en la zanja. Yo apenas he avanzado, ni siquiera un metro como era mi propósito. Otra vez cojo el coche y conduzco aún más lentamente al pueblo. El sol ya quiera caer al oeste.

     Hacia las cinco de la tarde.
     Lavarse, comer, descansar un poco. Son actos necesarios.
     Le he llevado de nuevo a la dehesa. Ni siquiera me he bajado del coche. Dentro de un par de horas volveré para ayudarle con las fotografías y rellenar de nuevo la zanja. Hay que dejarlo como al principio.
     Hago tiempo en el bar de Sánchez, aburrido, sentado en una mesa, viendo la televisión, anoto estas palabras. Aprovecharé para despedirme. Mañana regreso.

     Por la noche
     Cuando ha bajado el calor, María Jesús, el niño y yo hemos ido a recogerlo.
     La zanja se extendía ya completa como una culebra, en forma de "p" u otro signo extraño de significado desconocido. Era algo inútil, vuelto sobre sí mismo, ciego, acabado pero profundamente inconcluso. Había ido creciendo a lo largo del día, de forma obstinada, casi cruel, rompiendo la tierra para detenerse bruscamente en cualquier momento de la tarde, estática, rigurosamente estática. Y la dehesa, con la zanja firmemente  en su superficie ya no era la misma. Dañada, sangrando arena, polvo y negras hormigas desorientadas. Rota en su paisaje cotidiano y en su cotidianidad invariable en el  ciclo rectilíneo del arado. Y había cambiado para nada, sin un motivo útil, innecesariamente. Un cambio leve, mínimo, de escasa significación en la amplitud de la dehesa. A la vez un cambio certero, tremendamente eficaz. Impuesto.
     En realidad todo se me asemeja ahora a una relación tensa entre él y la dehesa. La tierra consolidada durante años, el calor rebotando contra ella, la fatiga, los golpes repetidos desde la inercia, la soledad de los espacios abiertos en los cuales parece que todo sucediera dos veces. Era una conversación callada, a veces un monólogo.
     Teo ya había tomado algunas fotografía. La luz resultaba incierta, el sol buscaba el extremo occidental de la sierra para ocultarse, el cielo mostraba un azul amortiguado y mate; a la uniformidad del paisaje se sumaba la uniformidad de la luz. No había contraste. Subido en el capo del coche sacó alguna fotografías más.
     Nos llevó unas dos horas rellenar de nuevo la zanja. Había que acabar el trabajo, estaba decidido que jornada sería de sol a sol. así fue.
     Ahora estoy sentado fuera, tomando el fresco como hace años. Asunción, Juan José y Paco ven la televisión desde la puerta de su casa. atraídos por la luces llegan cientos de insectos, en las paredes los santorrostros, como diminutos dragones antiguos, esperan pacientes su oportunidad. Se oyen pasos. Julia y Vital doblan la esquina. Se detienen un momento para hablar conmigo. Van camino de la plaza. Asunción, Juan José y Paco se retiran a la orden de ésta. soy el único que permanece en la calle. Me dejo arrastrar por el ahora tibio paso del tiempo. Nada sucede. Me olvido de la zanja, de las fotografías. Descanso. Decido retomar a Izaak Walton y "El perfecto pescador de caña".
     Leyendo perezosamente encuentro el siguiente párrafo:
     "Se me ha dicho que si un hombre que nació ciego pudiera conseguir la vista una sola hora de su entera existencia, y al abrir por primera vez los ojos los fijara sobre el sol cuando está en su gloria plena, al salir o al ponerse, quedaría tan extasiado y asombrado, y tan admirado de su esplendor, que ya no separaría sus ojos voluntariamente del primer objeto que le enajenó para posarlos sobre todas las otra variadas bellezas que este mundo ofrecerle pudiera ".
     Julia y Vital regresan. Ya debe de ser muy tarde.


Lunes, 27 de agosto.

     Ellos salieron hacia las nueve de la mañana. Antes de cerrar definitivamente la casa tomo esta nota. Supongo que será la última.


Jueves, 30 de agosto.

     Siempre me engaño. Nunca hay una última anotación. Los tres días anteriores pensé en revisar este pequeño diario. Matizar algún detalle, añadir otros que se habían escapado. Ahora que he vuelto a él descarto la idea. Simplemente anoto que mañana volvemos al pueblo para terminar lo que quedó pendiente.


Viernes, 31 de agosto.

     Salimos hacia las seis de la tarde. Cenamos en Salamanca. Luego condujo él. Para evitar el sueño le hablé de Miguel el Carrasco.
     Yo le conocí ya de viejo. A pesar de los estragos del tiempo y del trabajo en el campo que aquí siempre castiga en exceso, seguía siendo un hombre atractivo. Alto, fuerte, de facciones suaves, dientes amarillentos,pelo encanecido y barba de tres días. Su carácter apacible, bonachón, jocoso y su bebida, indisolublemente  unida a su carácter, irónica,locuaz y a veces, sincera, altisonante y severa. Todos los días al amanecer salía montado en su bicicleta a ordeñar las vacas. Tan temprano que no le veía nadie. No había domingos. Regresaba a la hora en que los bares cobran vida y aceptando la conversación de cualquiera e invitando a todos dejaba que el alcohol le adormeciera el cerebro y le calentara la boca. A las dos  o tres horas, cruel, sentenciaba "Vengo de las vacas y ahora voy a lidiar la que tengo en casa". Teresa, su hermana, por extensión la Carrasca, se había encerrado en casa desde hacía años y su único contacto con el pueblo era a través del pequeño ventanuco de la puerta y la niñas que cada tres días le hacían la compra. Un día de invierno el tabaco atoró los pulmones de Miguel. Eugenio en la ambulancia lo llevó a Cáceres donde ingresó en el hospital. al día siguiente, según su costumbre, amaneció muerto. Durante todo el día llamaron a la puerta de Teresa. No tuvieron respuesta. Al segundo día el Juez de Paz, Pedrera, y dos guardias civiles echaron la puerta abajo. Teresa yacía arrugadita y seca en el zaguán. Murió el mismo día que su hermano. Encontraron un baúl que guardaba cerca de un millón de pesetas de las de hace veinte años cuando la tierra no valía nada. A Miguel el Carrasco le nacieron hijos por toda la comarca, incluso de lugares tan remotos para él, que nunca salió del pueblo, como Fregenal de la Sierra o Las Hurdes.
     Cuando llegamos todo el pueblo dormía.


Sábado, 1 de septiembre, por la noche.

    Creo que llevo esperando este momento durante todo el días. De nuevo estoy sentado en la calle. De nuevo Asunción, Juan José y Paco están viendo la televisión  desde la puerta. el ánimo se amansa y las horas huyen plácidas.
     Dejo vagar en la cabeza la idea del horizonte. La encuentro claramente reflejada  en otra fotografía, en la cual  el horizonte del mar  es señalado por el vértice de una plomad. Un lugar o mejor un no lugar, definido sólo en nuestra concepción del mismo se evidencia para integrarse en la fotografía. O en una tomada en Arnao,  en la que se muestra un cuadrado marcado con blanco de españa que se completa en su lado superior mediante la línea del horizonte conformado en esta ocasión por las rocas del acantilado. Y hoy los globos trabando el cielo y la tierra, rompiendo el horizonte. No puedo imaginar aún esa fotografía.
    Cuando entro en la casa encuentro unas notas apresuradas de Teo. no soy discreto.
    "Antes sí que me ocurría, pero el paisaje ya no provoca una exaltación de los sentimientos; sí, acaso, de los sentidos; sí, en ocasiones, de las ideas. La verdad es que ante un paisaje no hago otra cosa que pretender imponer mi voluntad, o lo que es lo mismo, una visión previa. Luego es verdad que no me queda más que amoldarme y negociar, inquirir al lugar. Pienso, no obstante, que esta no deja de ser una manera respetuosa de acercarme al paisaje.


Domingo, 2 de septiembre.

    Cierro definitivamente la casa. Viaje de vuelta.