Cuando llegó Rodrigo, Jacinto se apartó de los animales. En el suelo quedaban las vísceras, quietos montones de nada, que cada diez o doce reses alguien arrastraba por el suelo de cemento hasta la sala contigua, allí un hombre pequeño y rudo al que todos conocían como asaduras separaba hígados, bazos, riñones, pulmones, colgándolos mediante ganchos para arrojarles tres o cuatro calderos de agua y darlos por lavados, los intestinos no, a los intestinos les daba la vuelta y en una cubeta los limpiaba cuidadosamente, a fin de cuenta sólo encierran suciedad y siempre le insistían en ellos.
sábado, 15 de octubre de 2016
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